Tecnología es sinónimo de cambio tecnológico (al menos en la acepción que define tecnología como un proceso). Sin cambio, solo quedaría hablar de copia de lo conocido, reproducción de aquello que fue creado alguna vez, historia de la técnica. 
Tecnología es creación, integración, innovación, mejora.

Y viene al caso, desde que hablamos desde una Universidad, recordar que muchas veces los mismos docentes de materias tecnológicas caemos en el error de suministrar una visión estática de la tecnología, olvidando el necesario énfasis en el proceso por el que se llega a un producto, organización o diseño.
Sin embargo, la inquietud de la sociedad pasa seguramente por las consecuencias del actual cambio tecnológico, caracterizado por dos líneas fundamentales: el complejo electrónica-informática-comunicaciones, y  la bioingeniería (incluyendo la ingeniería genética). El cambio es importante en magnitud, pero sobre todo en tiempo: las innovaciones se suceden a alta velocidad, se realimentan vertiginosamente, y su uso se difunde con igual celeridad.
Como toda tecnología, estos conocimientos poseen la capacidad de actuar sobre la realidad. Pero las herramientas citadas operan sobre los elementos mas críticos que hacen a la vida en general y a la humana en particular. A través de los dos caminos citados, el hombre poseerá en poco tiempo la posibilidad de reconstruirse a si mismo, sea en base a prótesis electromecánicas o a cambios genéticos programados. 

Pero la tecnología y la ciencia, como ya lo dijera Koyré, están fuertemente condicionadas por la filosofía de la época. ¿Y cual es la que corresponde a nuestro tiempo?. La filosofía hegemónica es sin duda la que conjuga con  la economía del mercado (antes le llamábamos capitalismo, a secas), con un muy fuerte contenido individualista e inmediatista, donde la principal pauta de análisis es la relación costo/beneficio (con una visión restringida de costo). 
Entonces, lo que vuelve preocupante a la dimensión actual del cambio tecnológico, es el marco ideológico en el que se desarrolla; no es a la tecnología a quien tememos, sino a las mujeres y hombres que se apropiarán de esa tecnología. Los poderosos, claro; pero no nos ilusionemos, son iguales a nosotros, solo que circunstancialmente a cargo.
Entonces, al fin, nuestra preocupación por el cambio tecnológico se condensa en una mucho más antigua, la preocupación de los filósofos, los poetas, los monjes, los portadores de linternas de todas las épocas. Quien nos inquieta es la criatura humana, la combinación de Jeckyll y Hyde munida de capacidades cada vez mas peligrosas. Y en el fondo el viejo hombre, mísero y sublime, con su bagaje intacto de dudas, miedos, fobias. Y tecnología. Y la velocidad, siempre, creciendo, acelerando.

Tecnología en el otro país
Hace pocos días veíamos en los noticieros imágenes de corridas, escudos, hondas, balas de goma. Y una imagen inolvidable: un muchacho tiraba hacia arriba un monitor de computación, y este se estrellaba y los pedazos se desperdigaban.. Otro arrojaba una CPU al fuego (y nosotros, peleándonos por tener una computadora más en el cubículo...).
De nuevo, lo que nos moviliza no es realmente un tema de informática. Es la distancia entre ese hombre y nosotros. Si, la tecnología potencia las capacidades de los humanos, y entre ellas la capacidad de diferenciarse, de segregarse.
Para otros, la renovación tecnológica es un imperativo para el desarrollo, lo escuchamos y lo decimos permanentemente, intentamos trabajar para eso. 
Y allí quedan planteados los extremos: por un lado, la carrera tecnológica que parece conducirnos al abismo (aún no terminamos de salir del peligro atómico, no sabemos como tratar la contaminación, y ya tenemos encima nuevas y mas ominosas amenazas); por otro lado, la reacción contra todo lo que la tecnología simboliza, el grito de los excluidos, la amenaza de una era oscura como único refugio para los desplazados.

¿Cuál ha de ser, en ese marco, el trabajo de la Universidad?.  Una respuesta podría ser: somos parte, no hay nada que podamos hacer, estamos inmersos en ese caos, en esas dudas, en ese paradigma. Incluso no es difícil encontrar justificativos ideológicos, en base a nuestra posición como país subdesarrollado.
Otro camino es intentar responder a los avances tecnológicos mas peligrosos mediante antídotos de base también tecnológica. En algunos casos resulta efectivo, en otros puede ser aún mas peligroso que el original, y en ocasiones opera solo como una máscara ante la realidad.
Personalmente, creo que la Universidad debería fortalecer la práctica, el desarrollo y la difusión de las disciplinas que tienen la capacidad de hacernos «más humanos». Esto es, ante los peligros planteados por el vertiginoso cambio tecnológico (y por la filosofía en que se sustenta), tratar de volvernos seres mas pensantes, con una mayor carga ética, con una visión amplia de los problemas en que estamos inmersos, preocupados mas por el hombre como especie que aspira a una continuidad, y un poco menos por el grupo o por el  individuo observado desde lo inmediato.  Esto implica una revisión de enfoques, de prioridades, de modelos de capacitación, de pautas de evaluación, de relaciones internas y externas, de posiciones relativas de poder. También significa que gente que tiene algo para decir al respecto salga a la luz y plantee con fuerza sus puntos de vista. 
Ciertamente, no es ese el camino por el que vamos. Pero plantearlo, e intentarlo, creo, vale la pena. Por aquello de que mientras hay vida ...
 

(*)  por Ing. Raúl  A. Montenegro
Facultad de Ingeniería. UNRC
 

Detalle de la obra «Dadá-Gauguin»
de Max Ernst (Alemania). 1920.