El ensayista estadounidense Francis Fukuyama despertó controversias con su tesis sobre «el fin de la historia», entendida como conflicto social, tras la caída del Muro. Aquí opina sobre los interrogantes que despierta la expansión tecnológica.

Bill Joy, uno de los tecnólogos más importantes de la revolución de Internet, se manifestó alarmado ante la posibilidad de que los rápidos avances en robótica, genética y micromáquinas acaben dando a esta tecnología el dominio sobre el hombre. 
- La expresión «historia poshumana» tiene que ver para mí con la problemática de la naturaleza humana. En este sentido, la biotecnología está en una categoría diferente de las micromáquinas y la robótica. Significará cambios fundamentales en la forma en que somos, no tanto en cómo pueden dañarnos los cambios en nuestro medio ambiente externo. Un robot autorreplicante no afectará la naturaleza humana de una manera cualitativamente distinta de la forma en que nos vemos afectados en este momento por las armas nucleares. En otras palabras, las amenazas a las que se refiere Joy son esencialmente amenazas contra el cuerpo-virus, en la computación o biológicos, robots que se reproducen a sí mismos y pueden controlar a los humanos. Eso obviamente es algo para tomar muy en serio. Pero el desafío planteado por la biotecnología constituye una alteración en el nivel del alma. Y estos cambios pueden ser tan sutiles que es posible que pase mucho tiempo antes de que sepamos qué nos hicimos a nosotros mismos. ¿Quién sabe, de antemano, qué efecto producirá intervenir en la compleja interacción que se da entre nuestra gran variedad de genes? La perspectiva histórica puede ayudar a ver el problema. La época que va de la Revolución Francesa hasta el fin de la Guerra Fría vio la aparición de diferentes doctrinas que esperaban superar los límites de la naturaleza humana a través de la creación de un nuevo tipo de ser humano. La caída de esos experimentos a fines del siglo XX demostró los límites de la ingeniería social y avaló, en mi opinión, un orden liberal con base en el mercado, fundado en la naturaleza humana. A eso me referí al hablar del «fin de la historia» en el sentido hegeliano-marxista de la evolución progresiva de las instituciones humanas políticas y económicas. Podría ser, con todo, que las herramientas de ingeniería social del siglo XX -desde la socialización en la infancia temprana hasta el psicoanálisis, la agitación y la propaganda y los campos de trabajos forzados- fueran demasiado toscas para modificar el substrato natural de nuestra conducta. Pero en este siglo, el carácter flexible de la revolución de la ciencias de la vida indica que tal vez ahora tengamos las herramientas para llevar a cabo lo que los ingenieros sociales no pudieron hacer en el pasado. La naturaleza humana se vería así transformada y nos embarcaríamos en un nuevo tipo de historia. La cuestión de la «historia poshumana» es mucho más fundamental de lo que plantea Joy. Tiene que ver con el repertorio básico de las emociones, las capacidades cognitivas y hasta la longevidad humanas. 
-Joy afirma que debemos tomar en serio la tesis del terrorista Unabomber de que nos estamos encaminando hacia una dependencia de nuestras máquinas hasta el punto en que serán ellas las que nos controlen y también sobre la aparición de nuevas elites que «domestiquen» a las masas como animales, para controlar los peligros de las tecnologías «facilitadas por el conocimiento» que estarán a disposición de todos. Para Joy, el gran enigma es si la apertura y la democracia de nuestras sociedades liberales que dieron origen a la revolución de la información, permitirán que pequeños grupos y extremistas empleen tecnologías con un sentido antidemocrático y destructivo.
- Es una suerte que las armas nucleares hayan sido muy difíciles de fabricar. Si pudiera armarse una bomba nuclear en un altillo, algún loco ya lo habría hecho. Ciertamente, un germen proyectado biológicamente capaz de eliminar a diez mil personas superaría ampliamente el umbral al que estamos acostumbrados con las bombas terroristas; lo mismo sucedería con un virus que estuviera en condiciones de borrar el banco de datos de la Seguridad Social, digamos. El razonamiento de Joy tiende, sin embargo, a trazar una línea recta de predicción en cuanto a la tecnología misma. Pero hasta el momento, el uso innoble de tecnologías peligrosas está limitado de alguna manera. Desde hace décadas se especula acerca de lo que pasaría si las armas biológicas cayeran en las manos equivocadas. Resulta que, en teoría, puede hacerse un daño enorme; pero en la práctica, los agentes biológicos son muy difíciles de manejar sin contaminar a quienes quieren usarlos contra otros. Esto frenó significativamente su uso para el terrorismo. En definitiva, la secta de Aum Shinri Kyo, que arrojó gas sarin en el subte de Tokio, no pudo hacer el daño que quería. En segundo lugar, Joy hace abstracción de las instituciones políticas que necesariamente se desarrollarán para contrarrestar un peligro así. La verdadera cuestión no es tecnológica sino político-institucional.
- Ese es el planteo de Joy. Si el acceso a una tecnología es tan peligroso, ¿la única respuesta es que las elites los controlen?
-Si alguna tecnología es peligrosa al punto de que un loco pueda causar un daño masivo, probablemente habrá un consenso democrático para su control. De lo contrario, lo único que podemos imaginar es la caída de la especie en un estado natural en el cual los individuos emplearán formas horribles de supervivencia y mutua venganza.
- Joy plantea abandonar la búsqueda del desarrollo de tecnologías de por sí tan peligrosas.  ¿Es algo viable?
- Ahora que estamos subidos en este ascensor tecnológico, es sumamente difícil renunciar a la ciencia, empezando por los científicos mismos. Los científicos defienden como supuesto general que el progreso científico es para bien de toda la humanidad. Tal vez haya llegado la hora, gracias a argumentos como los de Joy, de cuestionar seriamente ese supuesto. Repito: debido al carácter específico de las armas nucleares, pudimos frenar el proceso de proliferación con medios diplomáticos e institucionales y a la vez con estrategias disuasivas pensadas a tal fin. 
- Si el motor que hacía avanzar la historia era, según Hegel y Marx, la contradicción entre la libertad y la necesidad humanas, tal vez el motor de la «historia poshumana» sea el conflicto entre la libertad y las tecnologías. ¿Esta será la lucha en pos de la Era del Genoma?
- Creo que sí. Y la lucha se dará de muchas maneras. Por ejemplo, en las sociedades democráticas aceptamos un grado de desigualdad que nos es dado por la naturaleza. Nuestras instituciones tienden por lo tanto a basarse en el mérito y la igualdad de oportunidades, no en el resultado, porque suponemos que debemos manejarnos con la serie de cartas biológicas que nos tocaron. En el futuro, es posible que esto deje de ser un supuesto categórico porque nuestra configuración biológica podrá ser re-proyectada. Cuando esto pase a ser una cuestión pública, modificará la política. Esta serie de conflictos de la ciencia moderna será, sin duda, lo que se llama una nueva historia..

Francis Fukuyama

(*) Entrevista de Nathan Gardles
Los Angeles Times Syndicate y Clarín, 2000. 
Traducción de Cristina Sardoy.

Detalle  de la obra «Figura» 
de Luis Caballero (Colombia). 1968.