La intención de esta reflexión es lanzar una mirada filosófica a la situación del inmigrante limítrofe en la sociedad 
argentina actual, frente a la  intolerancia, el prejuicio y la discriminación.

El fenómeno de la diferencia, en el acontecer  humano, se debe  al carácter abierto del ser del hombre en el mundo, es por eso que su vida se desarrolla en un horizonte de sentido desde el cual las cosas adquieren un sentido particular. 
Cuando se tiene una visión prejuiciosa del diferente, es decir, cuando se evalúa negativamente al otro antes de conocerlo, la resultante es un comportamiento discriminatorio. ¿Cómo nos sentimos los argentinos respecto del diferente?.  Un móvil frecuente que surge cuando se pregunta por las razones de actos negativos hacia migrantes provenientes de países limítrofes es el de los puestos de trabajo; en la actual época de conflicto social, los prejuicios se elaboran a partir de la idea de que los inmigrantes compiten con los beneficios  del progeso económico, esta idea  -proveniente de un discurso ambiguo de ciertos sectores dominantes de nuestro país- desvía la mirada de quienes son los verdaderos responsables de un modelo de sociedad excluyente, padecido por un amplio número de la población.
La legislación otorgada a  inmigrantes ha sido uno de los discursos en el cual se reflejan formas de discriminación por motivos étnicos, como las clasificaciones  de los actores involucrados en la sanción de la Ley Avellaneda -1876-, que expresan verdaderos trazados culturales, así, en los registros parlamentarios aparecen las objeciones de los diputados del interior por el beneficio otorgado a extranjeros en el acceso a tierras en desmedro de los nacionales pobres, privilegio que se justificó con el argumento de que, la misma medida que entre los inmigrantes (de ultramar) fomentaría productividad, en cambio, entre “nosotros” fomentaría ocio y pauperismo. Las elites dominantes imaginaron un prototipo de inmigrante: el europeo, como garantía de la implantación del orden, la disciplina y la industria; es claro que el país que se pensaba no era para todos, al menos no para la población indígena, mestiza y negra, en este caso, un otro calificado negativamente.
La normativa migratoria argentina se ha focalizado  -hasta el día de hoy- en el control de la permanencia más que del ingreso, de esa manera ha dado lugar al surgimiento de un grupo poblacional vulnerable. En la actualidad, las condiciones socio-económicas apremiantes motivan a migrar a los destinos más próximos, ahora bien, la legislación posibilita la entrada a migrantes limítrofes (que sólo necesitan pasaporte para entrar como turistas) pero los convierte rápidamente en ilegales, particularidad que puede ser penada administrativamente; una de las categorías del reglamento actual que acredita la calidad de residente es la de trabajadores contratados con firmas certificadas, condicionamiento que opera, en realidad,  como sujeción en un país donde crece el cuentapropismo entre nuestros trabajadores.
Finalmente, la aceptación del diferente hoy se hace difícil en un contexto social en el que un gran número de personas quedan fuera. Tal vez,  evitar desviar nuestra mirada y reconocer una situación común de injusticia soportada tanto por nativos oprimidos y excluidos del sistema como por migrantes limítrofes, pueda ser una forma de disminuir el comportamiento discriminatorio hacia extranjeros de países vecinos que, en definitiva, empobrece la vida de todos. 

(*) por Lic. Mónica Welner
Docente del Departamento de Filosofía