Aprender una lengua extranjera para ser profesor de esa lengua, no significa una formación puramente lingüística, significa, fundamentalmente, encontrarse continuamente con la alteridad, con la extrañeza. Encuentro que no siempre ocurre de forma explícita, clara, calma, pues el “otro” es una presencia continua en el proceso de formación de profesores de una lengua extranjera. En este artículo, reflexiono sobre las posiciones-sujeto que adopta ese profesor. Posiciones que configuran relatos de identidad como un proceso de construcción de deslizamientos, de símbolos, de estructuras, 
de representaciones.

Y La identidad entendida como una construcción social, necesita de la diferencia, de la alteridad. Dos conceptos que parecen ser idénticos y fáciles de ser aprehendidos y aprendidos, porque en general conviven de manera natural en los textos que  tratan sobre cuestiones de cultura y aprendizaje de una lengua extranjera.
 Indica Frias (1992) que el discurso sobre la diferencia es difícil porque está sembrado de contradicciones creadas por la co-habitación, por la percepción y por los valores morales; mientras que el discurso de la alteridad, al inscribirse en la relación entre Yo y el Otro, coloca en cuestión la propia lógica. Diferencia y alteridad, conceptos clave que atraviesan los discursos de las lenguas extranjeras y que llevan a preguntarse: ¿qué es lo que hace que una lengua sea sentida como extranjera? ¿Qué es lo que hace que el profesor, el alumno construyan identidades migratorias?
Dice Weinrich que, desde una óptica objetiva, cuando se trata de una lengua extranjera los signos de alteridad se encuentran en diferentes niveles de la lengua; uno que viene de “abajo” constituido por los planos: sintáctico, fonético, ortográfico y que él llama de “xenitud” lingüística para designar la extrañeza de la lengua; y otro, que viene de “arriba” constituido por signos de alteridad que provienen de la influencias culturales entre las distintas culturas. Pero, ese autor reconoce que también hay otros argumentos que producen efectos de alteridad como son los estereotipos de lengua fácil, lengua difícil, lengua romántica... construidos con respecto a las lenguas extranjera. Se trata de una cuestión de impresiones de los sujetos sobre la “apariencia” de una lengua. Apariencia que crea simpatías y antipatías, acercamientos y alejamientos, formas de ver y de verse...  Así, Weinrich (ib) entiende que existe en el aprendizaje de una lengua extranjera una xeno-estética, esto significa que la extrañeza de lo extranjero no se percibe como una barrera, sino como una estética de la provocación, como desencadenante de un cierto placer, de un gusto por el objeto extraño. 
Por mi parte, considero la xenitud, de la cual habla Weinrich, como desafío a nuestra identidad,  o sea, a nuestra manera más o menos habitual de narrarnos; y digo desafío porque tratar con lo extraño nos coloca muy próximos del plano del acontecimiento, o sea en el plano de aquello que no siempre se puede prever, que no siempre se puede conquistar pues sólo acontece: la otra lengua acontece, no hay tiempo para la espera. El sujeto se “topa” con ella, se encauza en el desafío de desmontar una manera de narrarse para montar otra.
Por otro lado, entiendo que la provocación de esa xeno-estética puede ser figurada como movimientos migratorios. En este momento recuerdo a Sarup (1995, p. 268) cuando habla de los inmigrantes que “emprenden difíciles viajes y tratan de cruzar fronteras”. Esa actitud de esfuerzo por dejar de lado lo propio (el de la lengua materna), para entrar en el mundo otro ( el de la lengua extranjera) caracteriza al profesor en formación. La gran diferencia entre ese alumno (futuro profesor), el profesor  y el inmigrante del que habla Sarup, reside en que el inmigrante cuando  atraviesa la frontera “busca un nuevo comienzo”, “debe soportar el dolor de la separación”(ib. p. 296). Dolor que no es experimentado en el aprendizaje de una lengua extranjera, porque el traslado es aparente, transitorio. Sin embargo, existe una búsqueda de la otra lengua, de la otra cultura como si fuera un otro hogar. Hay un continuo ir y venir, un continuo emigrar hacia uno y otro. En ese tránsito, lo extraño se convierte poco a poco en familia aunque en el otro lugar, el de la lengua extranjera, no siempre es posible sentirse seguro, refugiado como en el propio lugar porque la migración hacia otros símbolos, otras estructuras, otros significados alcanza lo emocional. La gran ventaja del inmigrante imaginario (el alumno, el profesor de lengua extranjera) consiste en que él puede ir y venir, abandonar, distanciarse, pasar del otro lugar hacia el propio cuando lo desea o lo necesita. 
Indica Sarup (ib.) que el término “lugar” es muy rico. Destaca que los lugares se construyen socialmente y colocan en evidencia relaciones de fuerza que van creando una jerarquía de lugares. De manera general, según ese autor, el lugar se relaciona con la tradición, sin por eso imaginar que ésta sea estática. La tradición tiene dinamismo, lleva a pensar en cambios, que no siempre son reconocidos. Lugar que, según mi punto de vista, en el campo de las lengua extranjera es ocupado por sujetos particulares, en el sentido de  que pueden construir movimientos migratorios que les permiten transitar de un mundo lingüístico y cultural hacia otro, desenvolver una xeno-estética en la cual la extrañeza opera como positividad, constituirse en portavoz del otro, de lo extraño. Figura de portavoz que permite un vaivén entre asimilación y diferenciación. Asimilación, en el sentido de búsquedas de similitudes con la otra cultura; diferenciación porque refiere también a singularizar. Juego de asimilación y diferenciación en el cual las nuevas palabras no indican las mismas cosas que en la lengua materna, en ese sentido comenta Sarup (ib.p.273): el significante se ha separado del significado; juego en el cual la lengua materna comienza a tornarse extraña, necesaria de ser pensada pues el pensamiento, el gesto discursivo se asimila a la otra lengua, se diferencia de la propia; juego en el que el sujeto comprende que su manera de pensar la lengua no sirve para significar en la otra; juego en el cual se ponen en movimiento cambios en el mundo de la imaginación, de la representación. 
Figura del viajero que opera como memoria que actualiza lo diferente, gesto de inmigrante que se da a través del funcionamiento del lenguaje, que crea puentes entre “yo”, “nosotros” y “ellos”. Memoria viajera que puede descentrarse aunque siempre esté afectada por los procesos históricos que la constituyen. Se actualiza lo diferente desde un lugar, se emigra de un lugar propio hacia otro extranjero. Esa localización espacial tiene gran importancia porque expresa desde donde se habla, se siente, se narra el sujeto.
El sujeto-profesor de lengua extranjera, se descentra ocupando diferentes posiciones-sujeto, porque son diferentes y diversos los procesos discursivos, las representaciones, los símbolos de los que debe apropiarse para efectuar la construcción de significados que singularizan las diversas formas de comunicación en el marco de la otra cultura. Procesos discursivos atravesados por historias de discursos, por lo tanto no reducible  exclusivamente a una sola construcción identitária. 
De las diversas posiciones: del portavoz, del inmigrante imaginario, del xeno-esteta, del lingüista, del viajero, son producidas diversas narrativas, diversas fronteras: de regiones geográficas, de puntos de vista, de tradiciones; son trazadas diferentes historias no apenas sobre el otro, sino también sobre nosotros mismos, de nuestros propios movimientos migratorios que permiten trazar distintos relatos de identidad.

(*) por Dra. Gladys B. Morales
Docente Facultad de Ciencias Humanas. UNRC.